Este
es uno de los temas que se pondrá sobre el tapete de la reunión de
Dinamarca sobre el cambio climático a partir del próximo día 10 de
diciembre para comprobar, una vez más, que no estamos muy dispuestos
a modificar esta fotografía del planeta: la huella ecológica de los
países más contaminantes deja una impronta destructiva que crece
día a día. Esto no requiere ningún tipo de maquillaje, ni siquiera
por científicos deseosos de justificar sus impresiones personales
forzando sus datos.
La
reunión de Copenhague llega 23 años después de la primera
conferencia mundial sobre cambio climático, que se celebró en
Hamburgo en 1988. Las expectativas son bajas, a pesar de la presencia
de Barak Obama, cubierto por la alargada sombra del Congreso de EEUU.
Desde que los cambios globales en el clima saltaron al ruedo político
en Hamburgo, EEUU no ha aceptado nunca ningún tipo de acuerdo entre
naciones que pusiera en tela de juicio su soberanía económica.
Hamburgo
fue premonitorio. Allí apareció Mishael Budyko, el verdadero padre
del cambio climático. Este climatólogo soviético contradijo casi
dos décadas antes lo que hasta entonces era una postura sin fisuras
de la ciencia occidental: el planeta se dirigía hacia una pequeña
edad del hielo como punta de lanza de un enfriamiento global. Budyko,
sin embargo, desde el Instituto de Hidrometría de la Academia de
Ciencias de Moscú, llegó a la conclusión de que el aumento de las
emisiones de CO2 estaban calentando el planeta.
No
obstante, Budyko no abogó por “detener el cambio climático”.
Todo lo contrario. En una exposición que dejó sin aliento a los
delegados de la conferencia, aquel hombre corpulento, cabeza
totalmente rapada, casi sin cejas y pestañas, explicó que con el
clima no se podía experimentar, que no había forma de echar para
atrás lo que ya se había hecho. Por eso proponía contaminar más
para propiciar un aumento de la temperatura media que abriera nuevas
tierras a la explotación agrícola y hacer frente así a los
previsibles desafíos que tendría que afrontar una población en
constante crecimiento. Budyko miraba a Siberia, al Sahara y al
cinturón de cereales de EEUU que se desplazaría hacia el norte.
¿Nos
hemos desplazado nosotros hacia algún lado desde aquel discurso de
Budyko? La respuesta es la huella ecológica, que define el área de
tierra/agua necesaria para producir los recursos consumidos y
asimilar los desperdicios generados por una población concreta,
traducido a un estándar específico de vida en cualquier lugar del
mundo en el que esa población se encuentre. Según el informe de
2008 del WWF, nuestra huella ecológica actual excede en casi un 25
por ciento la capacidad del planeta para regenerarse.
¿Cómo
es posible? Muy sencillo, unos pocos consumen lo que está más allá
de sus fronteras. Las huellas ecológicas de las grandes ciudades son
2 o 3 veces más grandes que las áreas que ocupan físicamente. Gran
Bretaña se come toda su producción cada año más rápidamente,
ahora lo consigue en tres meses. A partir de entonces vive
fundamentalmente de los demás. La huella ecológica de la humanidad
excedió por primera vez la biocapacidad del planeta en los años 80,
precisamente cuando emergieron los problemas globales de origen
antropogénico, como el agujero en la capa de ozono, la contaminación
transfronteriza, el cambio climático o la pérdida neta de
biodiversidad.
Esta
es la madre del cordero del cambio climático... y del comercio
internacional. La huella ecológica nacional o regional está
determinada por sus patrones de consumo y por su población. Pero
cuando se mira desde el punto de vista personal, resulta que mientras
que EEUU consume más de 18 hectáreas por persona al año, China y
la India apenas llegan a una hectárea (con poblaciones
comparativamente muy superiores) y Europa supera las 8hs.
Por
tanto, la cuestión que se dirime a través del debate del cambio
climático es: ¿dónde está el punto de encuentro? ¿Cuánto y de
qué manera deben reducir su consumo los países ricos y hasta dónde
deben “progresar” los países en desarrollo antes de que el
sistema quiebre, sea lo que sea lo que eso signifique? ¿Y cómo se
consensúa algo así? Aquí no valen negacionismos, porque por más
que se incremente la capacidad productiva del planeta, lo que ha
dejado en claro todas las negociaciones del cambio climático es que,
hasta ahora por lo menos, nadie quiere reducir ni un ápice de su
estándar de vida, ni siquiera ante el riesgo de un colapso de los
sistemas productivos del planeta. Dinamarca parece que tampoco será
la estación del gran acuerdo.