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La memoria del ordenador

Autor: Luis Ángel Fernández Hermana
30/9/2009
Fuente de la información: Madrimasd
Organizador:  Madrimasd
Temáticas:  Educación  Internet 
Artículo publicado en Madrimasd
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Este no es un artículo sobre la memoria de los ordenadores, esa extraña esponja que absorbe más y más información cuanto más pequeña es. No. Este es un artículo sobre la memoria que nosotros tenemos de los ordenadores, que, por cierto, no es ni de cerca tan prodigiosa como las de silicio. Cuando uno habla con los usuarios veteranos de PC o Mac, o de los gigantescos engendros que ocupaban habitaciones enteras,  salen a relucir con la espontaneidad propia de las historia de la mili las aventuras de enfrentarse a aquellas máquinas allá por los años 80, o antes. Hoy, nadie, o casi nadie, tiene en casa ni siquiera los restos de tan servicial electrodoméstico. A veces te encuentras con quienes pueden equiparar sus batallas con la electrónica con épocas verdaderamente épicas, como las de la conquista del Oeste o las expediciones coloniales del siglo XIX. Pero, insisto, de aquellas incursiones queda un desgastado anecdotario, pero no quedan carretas, fragatas, “mainframes”.

Entonces, si te da por ahí, y te dices “A ver, si estoy casi todo el día ante un ordenador, ¿qué me cuenta de este trasto, por ejemplo, un museo?”. Por supuesto tiene que ser un museo de la ciencia y la tecnología (y ¿por qué no los de antropología u otras ciencias humanas?, pues porque no), para ver cómo eran aquellos cacharros, cómo funcionaban y cómo se comunicaban entre ellos. Por lo general, vano intento. Sabemos que en el Museo de la Ciencia de Londres está la máquina de Babage, funcionando en ciertos festivos de bisiestos, y algunas reliquias por el estilo. Cuando un ordenador emblemático entra en un museo, se anuncia a bombo a platillo, que es una forma diplomática de decir: “¡Por fin tenemos uno!”, como sucedió hace unas semanas con el WITCH, al que van a restaurar y exhibir en Blechtley Park, el edificio  en Inglaterra donde funcionaba el equipo que se dedicó a descifrar los códigos nazis durante la segunda guerra mundial.

Más importante todavía: cuando se busca en los textos escolares la conexión con el ordenador, no la física, sino la histórica, o aquello es un erial electrónico salpicado por anécdotas incomprensibles, o ni siquiera eso. Todo lo cual es, cuando menos, muy curioso, porque una parte considerable de la población viva, salvo los segmentos en ambos extremos de la edad cronológica, ya es un producto genuino de encuentros con ordenadores en la primera, segunda o tercer fase. El asunto en el sistema escolar es mucho más llamativo, porque, como es lógico, no se trata de saber qué es un ordenador o cómo eran los que se usaban en la época de los carromatos. La historia de la computación es una parte extremadamente importante de la ciencia de la computación, la cual es la que nos ha ido acomodando de determinada manera para que miremos al mundo desde una perspectiva que jamás fuimos capaces de imaginar. Y no me refiero, claro, a ejemplos aislados, ni siquiera a chips de este o aquel tipo, sino a lo que nosotros hemos hecho con los ordenadores, cómo nos hemos relacionado con nuestro entorno a través de ellos, cómo lo hemos reconstruido, etc. Una experiencia que no es menor, la venimos compartiendo con cientos de millones de personas.

Ahora que parece que comenzamos a plantearnos temas tan trascendentes, como el cambio de paradigma, aparecen en la vanguardia del debate conceptos como la educación online, la relación alumno-profesor-ordenador, o el hecho de que estos últimos, los ordenadores, están entrando masivamente en los colegios no para ocupar aulas segregadas, sino para convertirse en parte del mobiliario de trabajo, es más pertinente que nunca plantearse cuál es la historia que ha destilado estos cambios.

Y ya no nos podemos referir sólo a la historia de las máquinas, sino a la que se ha construido a través de las máquinas, a la inventiva de gente de todo tipo y condición, que ha ido tejiendo redes sobre la Red hasta convertir a ésta en un factor determinante del final del siglo pasado y lo que llevamos de éste. En España apenas tenemos trabajos que investiguen estos aspectos orientados hacia la pedagogía. Entre los escasos trabajos al respecto destaca el de Andreu Veá, el único investigador que centró su tesis en la historia de Internet y que ha entrevistado a todos los que aportaron desde granitos de arena hasta playas enteras para construir este artificio sin el que cuesta tanto imaginarse cómo sería hoy el mundo, nuestro mundo.

Los escolares debieran tener la oportunidad de aprender desde su primer contacto con ese mundo, cómo son, para qué sirven y qué se hace en las redes sociales. En qué consiste ese concepto cada vez más utilizado, la innovación orientada por el usuario, sobre todo porque ellos, casi sin darse cuenta, se integrarán en esa legión sin nombre que le ha dado un sentido a cada fase y cada periodo de la evolución de la Red con un despliegue impetuoso de inventiva y creatividad. Innovarán desde el aula, como en muchas ocasiones lo hacen desde fuera de ella. Pero aproximarse a la innovación como un objetivo consciente es un elemento educativo de primer orden en una sociedad que cambia ante sus ojos como si esa fuera la dinámica natural de su historia. Por eso considero que conocer la historia de la Red, la historia de las máquinas concretas que han posibilitado su surgimiento y desarrollo, es en el fondo un ejercicio de humildad que todos debiéramos realizar.

No se puede enseñar la Constitución sin hacer referencia a la transición y al régimen anterior, de lo contrario no se entiende por qué un grupo de señores se dedicó a esa tarea mientras en las calles había una agitación social incontenible. Y no se pueden enseñar nuevos métodos de enfrentar al mundo, nuevos contenidos y nuevas actitudes basadas en la convivencia en la Red sin entender de qué Red estamos hablando, cómo se construyó y por qué la utilizamos ahora incluso  como parte del proceso educativo. Ese es un primer paso insoslayable para formar a ciudadanos que aprendan el valor de la información y el conocimiento y qué papel juegan ellos en su generación y gestión.
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