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El colisionador colisionado

Autor: Luis Ángel Fernández Hermana
04/11/2008
Fuente de la información: Madrimasd
Temáticas:  Tecnología  Ciencia 
Artículo publicado en Madrimasd
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Lo que ha sucedido con el Gran Colisionador de Hadrones (Large Hadron Collider, LHC) es toda una metáfora del universo que nos ha tocado en suerte. Para decirlo pronto y bien: somos el fruto de una sucesión de chapuzas y, para bien o para mal, eso no ha cambiado. Ya sé que los amigos astrónomos no lo dirían con estas palabras (no todos), pero, de una u otra manera es como nos lo cuentan en sus extraordinarios trabajos. Una vez desatado el Big Bang bajo el suelo de Ginebra, las partículas se lanzaron a las velocidades descritas por Einstein en busca de los filtros que permitieran clasificarlas, analizarlas, estudiarlas e incluso modularlas. Muchos, incluso, nos advirtieron de que este remake del principio del universo podría desembocar, como el genuino, en agujeros negros que absorbieran nuestro mundo y a saber cuantos de los colindantes.

Nos hemos quedado con las ganas. De repente, todo se ha parado, el cacharro ha dicho “¡basta por ahora!” y los científicos, unos y otros, se han quedado con un palmo de narices. Me permito recordar que esto es precisamente lo que sucedió cuando empezó todo. Gracias a aquel estropicio original somos lo que somos y nos podemos plantear, e incluso reproducirlo en miniatura, que hubo un Big Bang y que las cosas no marcharon como debían y por eso estamos aquí.

George Smoot, observando el cosmos desde su satélite COBE, consiguió detectar, al estudiar la radiación de fondo de microondas, que poquito después de que el  Big Bang se pusiera en marcha se produjeron unas inexplicables irregularidades, unas ondulaciones, que se convirtieron en el semillero de las galaxias y de todo lo que por ahora conocemos y desconocemos. En otras palabras, lo que nos contó Smoot es que estamos aquí debido a que a aquella máquina se le estropearon los imanes, o algo parecido, no logró controlar el desparrame armónico y perfectamente sincronizado de las partículas y éstas se desmadraron. Como, al parecer, allí no había un centro de partículas elementales como el CERN, la cosa siguió hasta... que se creó un CERN humano y volvió a repetirse la avería. Mientras tanto, Smoot se llevó un premio Nobel de Física por descubrir las consecuencias del fallo del motor.

Uno diría de inmediato: “Sí, claro, pero ahora las secuelas son  completamente diferentes”. Bueno, diferentes sí, pero, como diría Steven Weinberg, aquellos primeros minutos fatídicos (dicho sin ironía) han vuelto a repetirse en el CERN. Lo cual quiere decir que la vida del LHC ya no puede desenvolverse tan armónicamente como se esperaba, sino que las irregularidades de este “agujero negro interruptus” se incorporará a su historia y a saber qué tipo de semilla planta en los cerebros de la comunidad científica y en los del resto de  la sociedad. Me parece que es la primera vez que el catarro de una máquina de estas características ha tenido una cobertura tan universal (bueno, podríamos incluir al Challenger en este minúsculo catálogo).

Ante la magnitud de los imanes y del túnel cósmico que el hombre ha sido capaz de construir, algo que no tiene parangón en la pequeña historia de este planeta y que trata de equipararse con equivalentes de orden galáctico, me parece que nadie quedará inmune ante estas “irregularidades y ondulaciones”. ¿Consecuencias? Como diría cualquiera que hubiera tenido la oportunidad de asistir a las que se produjeron al principio del universo: “A saber adónde va a parar esto”. Eso es lo único que sabemos por el momento, que la máquina se ha parado. Ahora veremos cómo nos contamos su nueva puesta en marcha y hasta dónde nos conduce. Esto es casi más fascinante que si se hubiera producido un auténtico agujero negro, porque, en este caso, no lo habríamos contado. Y ahora podemos seguir con la breve historia del universo, a la Hawking o a la leyenda popular. Así se construyen los mitos.
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