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Los dinosaurios despiertan

Autor: Luis Ángel Fernández Hermana
27/1/2008
Organizador:  La Vanguardia, Suplemento Dinero
Temáticas:  Ciencia 
Artículo publicado en el Suplemento Dinero del periódico
La Vanguardia
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La agricultura China tiene dos extremos atípicos que producen una riqueza nunca vista en las zonas rurales del país. Por un lado, están los campos de Liaoning de donde salen dinosaurios (fósiles, claro) como si fueran cebollinos en mayo. Por el otro lado, se encuentran las tierras dedicadas a cultivar productos destinados a una emergente y floreciente industria farmacéutica basada en la biotecnología. En ambos extremos, la economía se mueve con cifras desconocidas en otros sectores de la agricultura china y experimenta tensiones creadas y sufridas por todos los actores.

Los precios de los productos de biotecnología no tienen nada que ver con los ingresos de los campesinos que están al inicio de esta cadena, a pesar de que sus condiciones son mejores que la de la vasta mayoría de los agricultores del país. Las tensiones ya han aflorado varias veces, sobre todo en los últimos tres años. Pero donde las cosas se están poniendo al rojo vivo es en el negocio de los fósiles. Los campesinos de la vasta provincia de Liaoning han descubierto desde hace una década (y los científicos sospechan que desde hace bastante más) que es más rentable escarbar huesos de velociraptores que cebollinos. Basta ver los campos llenos de agujeros para comprobar que, aunque nadie cita cifras fiables, el comercio de fósiles se mueve, según estiman los paleontólogos más asiduos en el lugar, en cientos de millones de dólares al año en años de “buena cosecha”.

Los hallazgos han abierto el libro que se extiende más allá de los 60 millones de años, antes de que el meteorito, o lo que fuera, sacara del escenario a estas formidables criaturas. Pero aquella catastrófica crisis planetaria comienza a retumbar ahora entre los actores de la fenomenal industria que ha crecido alrededor del comercio de los fósiles. El primer problema es decidir quién es el propietario de los hallazgos, porque de esa decisión se deriva quién integrará la cadena de comercio legal, por una parte, y quiénes serán los contrabandistas y sus posibles clientes, de la otra.

Hace un año, el gobierno chino cortó por lo sano y promulgó una ley por la que se declaraba que todos los fósiles eran de propiedad estatal. Y ahí estalló otro meteorito. Hace dos meses, siete campesinos fueron encarcelados al oponerse a que funcionarios del gobierno confiscaran los fósiles que atesoraban. Todos sabían que aguardaban su salida hacia el mercado negro, pero mientras los funcionarios decían que se trataba de un tesoro nacional, los campesinos, que ganan con un buen hueso el triple que con 20 buenas cosechas (y eso son muchos años), decían que naranjas de la China y que ellos eran los dueños de lo que descubrían. No ahora con la nueva ley

Liaoning es un yacimiento muy rico y decenas de millones de campesinos han comprendido en poco tiempo que la agricultura que los puede sacar de pobres es la dedicada a hacer florecer dinosaurios. Esto quiere decir que los nativos ni siquiera esperan a que vengan los paleontólogos. Cuando los expertos llegan a muchas regiones de esta vasta provincia se encuentran con un paisaje lunar y con numerosos ofertantes que ya tienen el fruto de la excavación hasta envuelto en papel de regalo si es necesario. Lo mismo se venden los fósiles a los científicos, sobre todo a los centros científicos chinos, como a los Indiana Jones de turno que compran para centros de investigación, museos o coleccionistas particulares de cualquier parte del mundo. Nadie sabe las dimensiones reales del expolio.

La ironía es que cada vez que los científicos hacen llegar sus conclusiones a Nature o Science causando la admiración de sus colegas, de paso encarecen el mercado de fósiles y abren el camino a más contrabando. Es cierto, como reconocen muchos paleontólogos que trabajan en la zona, que los campesinos han aprendido mucho en estos años y ya no excavan al tuntún. Suelen ser muy cuidadosos y saben que el valor de la mercancía reside no sólo en la integridad de las piezas individuales, sino en la posibilidad de armar rompecabezas que concluyan con un esqueleto completo. De hecho, muchos de los grandes y espectaculares hallazgos relacionados con dinosaurios emplumados se deben a campesinos que se han ganado incluso un nombre en los artículos científicos por su tenacidad, persistencia y... bueno, se puede decir buen olfato.

El problema, dicen los científicos, es que los campesinos ahora saben lo que vale un buen hueso y quien está dispuesto a pagarlo. Y si no lo encuentran, lo inventan. Como cuando encolaron partes que nunca estuvieron unidas y resultó un ser ancestral que nunca existió. Para cuando se descubrió el fraude, los científicos ya habían pagado, se habían marchadp con su pieza entusiasmados al laboratorio y, tiempo después, descubrieron que el Archeoraptor que había dejado a todo el mundo con la boca abierta en realidad era, por lo menos, dos bichos diferentes bien pegados. Es lo que le sucedió al National Geographic cuando compró un dinosaurio que tenía cola y cuerpo de pájaro. Fue declarado un eslabón perdido. El fósil llegó a EEUU tras ser comprado a un contrabandista del que nunca se supo el nombre. Pero cuando el entusiasmo subía por el hallazgo, científicos del Instituto Xu Xing de Beijing dijeron que habían descubierto un dromosaurio con una cola idéntica. National Geographic tuvo que guardarse esa película tras una bochornosa conferencia de prensa en enero del 2000 y nunca declaró lo que le había costado la broma.

Ahora, las autoridades chinas, los museos nacionales y las sociedades científicas china e internacionales están debatiendo cómo reforzar la ley de patrimonio nacional creando bolsas de dinero que les permita adquirir lo que descubran los campesinos. Si esta política, actualmente en discusión, no llega a buen puerto, no hay misterio en lo que va a suceder: los campesinos trabajarán para el mercado negro para obtener la compensación que ellos creen que merecen y de la que dependen para salir del pozo en el que han vivido durante siglos cultivando la tierra casi al nivel de supervivencia. Algo que nunca esperaban que ocurriría gracias a bichos que vivieron hasta hace unos 60 millones de años.
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