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La imagen del cerebro del acusado

Autor: Luis Ángel Fernández Hermana
04/11/2007
Fuente de la información: La Vanguardia
Organizador:  La Vanguardia, Suplemento Dinero
Temáticas:  Ciencia 
Artículo publicado en el suplemento Dinero del periódico La Vanguardia
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¿Podrá pedir la policía algún día una orden de allanamiento del cerebro de un sospechoso? ¿Tendrán autorización las empresas para examinar el cableado neuronal de sus trabajadores o de los nuevos postulantes a un puesto de trabajo para saber si mienten o dicen a verdad? Estas son algunas de las preguntas que comienzan a plantearse en los foros de bioética de los países industrializados y, sobre todo, en los ámbitos del derecho de EE. UU. En el país de América del Norte, ya se han celebrado cientos de juicios donde las imágenes del cerebro y la interpretación de los expertos al menos han sembrado la duda en jueces y jurados sobre la naturaleza del delito, la responsabilidad del acusado y el tipo de castigo que merecía. En un suspiro, la neurociencia ha invadido la vida cotidiana y no sólo en el ámbito jurídico.

El estudio del cerebro y de su funcionamiento experimentó un dramático giro cuando los científicos aprendieron a iluminar áreas de la mente que se activaban ante diferentes estímulos y a capturar estas imágenes mediante escáneres. Así fuimos viendo cómo respondía la región de la imaginación a la narración de cuentos, la reacción de áreas de la memoria ante recuerdos que estaban sepultados en el subsconciente o cómo se creaban redes neuronales -supuestamente la inteligencia- para resolver problemas complejos.

En los últimos años, la avalancha de estos minidescubrimientos ha comenzado a poner sobre la mesa cuestiones cada vez más espinosas, como las anomalías relacionadas con brotes de violencia, la adicción a las drogas, la toma de decisiones o el decidir no llevarlas a cabo. Hasta las inclinaciones políticas o la religiosidad han encontrado la luz en los escáneres de imágenes por resonancia magnética (MRI en su denominación inglesa).

La foto que comienza revelarse de nuestro cerebro incide, directa o indirectamente, en valores morales que se pensaban ajenos a la veleidad de la tecnología. Pero, como plantea la primera pregunta (una de las tantas que han emergido junto con estas investigaciones), juristas y expertos comienzan a considerar la necesidad de modificar el sistema jurídico, en particular, y las reglas de juego sociales y económicas, en general, para dar cabida a lo que la neurociencia y la MRI comienzan a descubrir. 

REGISTRO GENÉTICO
Sin embargo, como ya se vio en el debate que originó la secuenciación del ADN a principios de los 90 del siglo pasado, cuando se discutió la posibilidad de llevar nuestro registro genético en el carnet de identidad, los campos están muy divididos. La tecnología predictiva, que cambia la diagnosis por la prognosis, supone elaborar un perfil no sólo a partir de lo que un individuo ha hecho, sino de lo que piensa (no de lo que ha pensado, pues la imagen se recoge ahora y no cuando, por ejemplo, pudo cometer un delito) o de lo que podría hacer a partir de la forma como funciona su cerebro en la actualidad.

En algunos de los artículos publicados en revistas de psicología y psiquiatría de EE. UU. se ha planteado que, por ejemplo, una empresa podría utilizar el escáner para detectar si un trabajador o un postulante a un trabajo miente o tiene propensión a mentir, entre otras anomalías. Dos compañías, No Lie MRI (literalmente, No mientas Imagen de Resonancia Magnética) y Cephos, aseguran que tienen máquinas a punto para detectar mentiras mediante el escáner del cerebro, las cuales dentro de poco estarán en el mercado. "El escáner no se plantea la multitud de posibles razones por las que se miente en una determinada situación. Lo único que tenemos es que la foto de la respuesta del cerebro en el momento de hacer el test revela si la persona en cuestión miente o no, lo cuál es algo muy diferente de sostener que estamos ante una persona que miente siempre. "¿Tomarán los jueces o las empresas una decisión a partir de este simple dato, por más que lo hayamos extraído del cerebro?", se pregunta Michael Gazzaniga, profesor de psicología de la Universidad de California, autor de The Ethical Brain.

Bien, la respuesta está en la apabullante exhibición de imágenes del cerebro que se presentan en los juicios en EE. UU., interpretadas por defensores y fiscales con la ayuda de equipos de expertos que han convertido esta actividad en su modus vivendi. De hecho, en EE. UU. ha aparecido todo un sector económico basado en el desarrollo de esta tecnología, en la interpretación de sus imágenes y, por supuesto, en el desarrollo de todo tipo de tests que permita comparar situaciones para extraer una lectura medianamente fiable. Empresas y consultoras de nueva factura, especializadas en la interpretación del funcionamiento del cerebro, son reclamadas por el sistema judicial para que emitan dictámenes en juicios.

Hoy día, no hay juicio en EE. UU. donde se pida la pena de muerte que no tenga su momento dedicado a "ver" y analizar el funcionamiento del cerebro del acusado -esa es ahora la regla, la excepción es el riesgo a repetir el juicio- y, en algunos casos, ha sido la base para cambiar la pena máxima por una sentencia de prisión perpetua.

Sólo la Universidad de Vanderbilt ha invertido casi 30 millones de dólares en el equipamiento más avanzado que hay en el mercado para su Instituto de Ciencia de la Imagen. Algunas de los escáneres adquiridos son únicos en el mercado con un grado de resolución que sólo alcanzan hoy unas pocas máquinas. Las empresas que están apareciendo, como No Lie MRI o Cephos, no proporcionan cifras de su actividad. Pero vuelan a favor del viento: detectar mentiras y la Guerra contra el Terror están en el mismo saco. No se sabe si los militares han utilizado esta tecnología con los presos de Guantánamo. Sí se sabe que en medios jurídicos se acaricia la idea de utilizarla con testigos y durante la selección de miembros del jurado para conseguir la imparcialidad (que algunos juristas denominan limpieza) de los que finalmente sean elegidos para emitir el veredicto de culpable o inocente.

¿Y las empresas? ¿Qué esperan? La cuestión de fondo reside en si al escoger un curso de acción, éste ya está determinado por el cableado de nuestro cerebro o no. Y eso se puede saber simplemente puestos ante la elección de pescado o carne. Por ahora, no hay manifestaciones públicas sobre el posible uso de esta nueva tecnología en el mundo de los negocios. Pero si está disponible en el mercado, se utilizará, como comienzan a reconocer las firmas consultoras en neurociencia.

Los que temen el futuro que la aplicación extensiva de esta tecnología nos puede deparar han levantado la bandera de la libertad cognitiva. Para ellos, no se puede castigar a nadie, ni en un juicio, ni en el intrincado mundo empresarial, por lo que piensa -o ha pensado- en vez de por sus actos. La definición de lo normal o anormal en el funcionamiento del cerebro supone adentrarse en un camino resbaladizo, por lo general determinado por los valores cambiantes que asume una sociedad y que, en determinadas circunstancias, ha producido momentos tan lamentables como las políticas de eugenesia. El temor de este sector es que, bajo el impulso del sistema judicial, ya se haya traspasado una frontera de la que no hay regreso posible.

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