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¿Hay alguien más?

Autor: Luis Ángel Fernández Hermana
22/1/2002
Fuente de la información: Revista en.red.ando
Organizador:  Enredando.com, S.L
Temáticas:  Redes ciudadanas  Política 

Editorial número 303

Pies que correr no saben, despacio anden

En las últimas semanas hemos tenido noticia de varios debates en los que conocidos analistas han tratado de meterle el bisturí al mundo "pos-11/09/01". Uno de ellos se celebró recientemente en Barcelona al que asistieron, entre otros, Manuel Castells, Martin Carnoy (catedrático de la Universidad de Stanford), el sociólogo Alain Touraine, Javier Solana (responsable de "relaciones exteriores" de la UE), Erkki Tuomioja ministro de Asuntos Exteriores de Finlandia) y el teórico Ulrich Beck. Este encuentro lo organizó la Fundación CIDOB, dedicada a las relaciones internacionales. Aunque con los matices propios de cada postura, hubo un acuerdo general sobre tres o cuatro ejes que se han vuelto dominantes tras los ataques a las Torres Gemelas y el Pentágono: el creciente papel de la seguridad (aunque sin cualificar en excesivo detalle este concepto), la impune mano larga de EEUU, la falta de una respuesta alternativa al poder imperial y, finalmente, la reducción sensible de valores democráticos en pro de la "guerra contra las redes terroristas globales". A pesar de la trabajada argumentación que sustenta la preeminencia de estas tendencias en el escenario internacional actual, queda pendiente la pregunta más importante: ¿Eso es todo lo que está pasando?

Hacia donde uno mire en estos momentos, pareciera que el consenso alrededor de esta susodicha nueva situación es total. Un reciente informe sobre la izquierda británica, publicado en el periódico The Guardian, hace hincapié en el desconcierto de los antiguos opositores a la política exterior de EEUU y los activistas de la globalización en favor de estas tendencias. La pregunta aquí, como antes, es: ¿Este desconcierto es nuevo? En varios artículos habíamos criticado desde en.red.ando la postura de algunos de estos movimientos que se movían juntos, sin que quedara muy claro cuál era el pegamento que los mantenía unidos. Ahora que se desgajan como las cuadernas de un barco en desguace es sorprendente la facilidad con que se emiten juicios sobre el destino de la "sociedad global" a partir de la propia inconsistencia.

La cuestión de la seguridad no sólo no es nueva, sino que resulta tan difícil aplicarla en el mundo actual que ha sido necesario un evento tan espectacular como el del 11-S/01 para que aflore de la manera como lo ha hecho. La pregunta en este caso es: ¿Los criterios de seguridad política, social, económica, incluso de vida cotidiana, con los cuales nos vienen amenazando, son sostenibles? Es decir, ¿se sostienen en el mundo de las redes o, por el contrario, pertenecen al de las aspiraciones de políticos aterrorizados por su incompetencia para hacer frente a los graves problemas que afectan a sus sociedades?.

Desde hace años, las principales agencias de seguridad de EEUU, así como el Departamento de Defensa, el Departamento de Estado y, por supuesto, la Casa Blanca, juntos o por separado, han elaborado numerosos informes al respecto. Las mejores cabezas de las grandes corporaciones también han participado en estos ejercicios concebidos como estratégicos para definir líneas políticas de actuación. Posiblemente el documento más completo al respecto data de 1994. En aquella época circuló ampliamente por Internet (había muy poca web todavía). Este voluminoso informe, titulado "Redefinir la Seguridad" y confeccionado por la Comisión Conjunta de Seguridad (JSC), en la que participaban todas las agencias de seguridad de EEUU y contó con el apoyo de las corporaciones e instituciones más significativas del país, fue elevado al Secretario de Defensa y al Director de la CIA, William Perry y James Woolsey, respectivamente .

En aquella época, como digo, en Internet había muy poca web y mucho foro de debate preocupado por cuestiones tales como la democracia de las redes. Y aunque la WWW no experimentó su despegue público significativo hasta un año más tarde, la administración de EEUU ya llevaba tiempo evaluando lo que se le venía encima, en particular un mundo interconectado por ordenadores. Las comunidades virtuales se contaban por decenas de miles con varios millones de usuarios de costa a costa. Y los chavales de 15 años comenzaban a sedimentar la premonitoria destreza de las generaciones Nintendo y Sega. Aquello olía a peligro. Mucho peligro.

Uno de los temas que suscitó mayor debate en la Red fue la primera frase del documento de la JSC: "La primera obligación del gobierno es garantizar la seguridad de sus ciudadanos." Nada de bienestar social ni zarandajas parecidas. Adiós el espíritu de la revolución francesa y de los propios padres de la patria estadounidense. Como aclaraba inmediatamente el informe, de lo que se trataba era de poseer unas fuerzas armadas fuertes, una economía robusta y relaciones internacionales mutuamente beneficiosas. Este ha sido el norte de los últimos gobiernos de EEUU. Durante años, sus centros de análisis (Think Tanks) han reexaminado la experiencia de la II Guerra Mundial, la guerra fría y, sobre todo, los años 90, con el fin de diseñar políticas adaptadas a las nuevas circunstancias. Muchos de estos trabajos se tradujeron en líneas de investigación militar, en políticas corporativas de diferente tipo y en legislación fuertemente impregnada de estos criterios de seguridad. Esta última, la única manifestación pública y evidente de semejante actividad intelectual y práctica, tuvo una fuerte oposición por parte de las asociaciones civiles del país y de las que habían nacido al calor de los debates en la Red, como la Fundación de las Fronteras Electrónicas (Electronic Frontier Foundation).

El episodio más notable de esta batalla fue la declaración de inconstitucionalidad de la denominada "Ley de la Censura de Internet" (Decency Act), aprobada por Clinton el 8 de febrero de 1996. La sentencia de los jueces supuso un duro revés para el presidente, pero, sobre todo, sorprendió por el claro análisis sobre las limitaciones reales de los poderes para intervenir en la Red y, a la vez, elevó a la categoría de "nuevos derechos democráticos" la interacción entre los internautas y el ejercicio de la libertad de expresión en el ciberespacio. Pregunta ¿ha cambiado esto en términos reales desde el 11-S? Aparte de las amenazas de John Ashcroft, el fiscal general de EEUU, ¿ha habido recortes reales a la libertad de expresión (en realidad, de interacción) desde el 11-S en la Red? Sabemos que ahora vigilan más en los aeropuertos en los vuelos hacia EEUU, que hay que mostrar hasta la suela de los zapatos por si lleva alguna mecha adherida, y que Bush se ha sacado de la manga unos tribunales militares especiales por los que todavía tendrá que sudar tinta para hacérselos tragar a una buena parte de su población.

Pero, en Internet, ¿qué ha sucedido exactamente desde la caída de las Torres Gemelas? Lo único que sabemos a ciencia cierta es que en el primer mes después del ataque, los internautas publicaron 500 millones de páginas nuevas sobre todos los aspectos posibles del peor atentado de este tipo en suelo estadounidense. 500 millones de páginas repletas del lenguaje que supuestamente debería erotizar a Echelon hasta extremos rayanos en el paroxismo sexual. Quizá por eso no escuchamos mucho últimamente de lo que está haciendo este sistema mundial de escuchas de la Agencia Nacional de Seguridad de EEUU: sus ordenadores deben estar saturados.

O quizá se deba a que ese "mundo escuchado", ese entorno electrónico donde se desenvuelven cientos de millones de personas, tiene una serie de peculiaridades irritantes, sobre todo desde el punto de vista de las agencias de seguridad. El ciberespacio no tiene un anclaje territorial, ni siquiera temporal. Por tanto, la vigilancia, por definición, tendría que ser planetaria y las 24 horas del día. Dicho de otra manera, el marco regulatorio de esa vigilancia no debería reconocer ningún tipo de frontera. Lo cual significa, de paso, acordar --¿armonizar?-- qué cosas se pueden o no se pueden hacer en todo el mundo, independientemente de culturas, religiones, edades, grados de desarrollo, etc. E independientemente de lo que hacen más de 500 millones de internautas, empresas, colectivos, instituciones, ONG, administraciones locales, regionales o nacionales y un largo etcétera, de diferentes culturas, religiones, edades, grados de desarrollo, etc. Esta no es una tarea sencilla. Ni siquiera lo es aunque se ponga de acuerdo un grupito de países, por más poderosos que parezcan.

El intelectual Carlos Zaldívar hacía recientemente un parangón entre la materia oscura del universo y la de nuestras sociedades. Los politólogos todavía no han logrado iluminar esas zonas opacas de las relaciones humanas construidas con materiales de pautas culturales profundas y sometidas a cambios no cuantificados, ni mucho menos categorizados desde el punto de vista de su "calidad", como los criterios éticos, el concepto de familia, la propensión al ahorro, etc., que según él, hay que tomar muy en cuenta a la hora de analizar el poder. A esta larga lista de incógnitas nunca bien despejadas, y que uno adivina como una carga histórica mal resuelta sobre las espaldas de muchos de los analistas que tratan de desvelarnos las claves del "pos 11/09/01", nosotros añadiríamos el desconocimiento de lo que está sucediendo realmente en las redes, qué procesos de acrisolamiento están operando en generaciones de diferentes puntos del planeta, qué visiones se están consolidando en espacios de difícil --y compleja-- inspección y cómo se manifestarán públicamente el día de mañana. Porque, además de los analistas que todos nosotros conocemos y de los sociólogos que hace años que llevamos leyendo, además de ellos hay alguien más ahí fuera y encima tiene voz para dejarse sentir. Sólo hay que escucharles para comprobar que no todo empieza y acaba con el cacareado concepto de la seguridad, no al menos como nos lo vienen explicando en estos últimos meses como si fuera el descubrimiento del siglo.


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