Artículo publicado en Madrimasd
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Los usos de la telefonía móvil refleja las grietas que separan a los países opulentos de las economías emergentes. Mientras en los primeros se enfatizan los aspectos lúdicos y de ocio, en los segundos la popularidad de esta tecnología tiene que ver con demandas perentorias relacionadas con la supervivencia , ya sea en el campo de la salud, de los conflictos bélicos, la educación o el acceso a los mercados de los productos agrícolas. A unos les mueve la obligación de disfrutar de una tecnología que forma parte del nivel de vida, a los otros la necesidad de utilzarla para conseguir bienes y servicios que de otra manera serían o muy costosos o directamente inalcanzables.

La creciente participación de los ciudadanos en la producción de información y conocimiento en Internet ha llegado hasta las puertas de la ciencia. Muchas de las redes sociales que se despliegan en la Red, así como un buen número de blogs, no sólo son voraces consumidores de información generada por las comunidades científicas y tecnológicas sino que, cada vez con mayor frecuencia, asumen un papel protagónico en su procesamiento y distribución. Ahora se inicia una vuelta de tuerca: los ciudadanos comienzan a intervenir en el proceso de investigación a través de la Red. Los propios científicos están poniendo los mimbres con una serie de iniciativas que abren los laboratorios en la Red. Es difícil sopesar en estos momentos las enormes posibilidades que se abren ante esta suave caida de los viejos muros que preservaban a la comunidad científica de la "contaminación" por parte de los aficionados o carentes de experiencia en los intríngulis de la investigación científica. Lo ciudadanos ya no sólo contemplan el árbol de la ciencia, o reciben y consumen sus frutos, sino que comienzan a agitarlo, desde Internet, para intervenir en su crecimiento y diversificación

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Mientras las puertas presupuestarias de la investigación científica se cierran poco a poco, a pesar de todos los dictámenes a favor de usar los vientos de la I+D para navegar por la crisis y sortear sus más peligrosos arrecifes, las tecnologías de la información, las ubicuas TIC, parecen gozar de un tiempo estupendo y se benefician del empujón de las denominadas “medidas anticrisis” (aunque cabe preguntarse, antes de este cataclismo económico, ¿qué eran? ¿o no eran?). Entre éstas, descuellan sobre todo las dedicadas a la educación.

La aspiración a la inmortalidad o a la eterna juventud, la necesidad de conseguir el órgano que puede salvar la vida, la investigación científica, médica o farmacéutica, son los principales ingredientes del mercado ilegal de cadáveres que se ha disparado en los últimos años. Ante el aumento espectacular de la demanda de partes del cuerpo humano, la oferta se mantiene a una distancia galáctica. En ese espacio se ha desarrollado toda una industria internacional que funciona sin mayores consideraciones ante cuestiones éticas que la sociedad todavía no parece dispuesta a discutir hasta sus últimas consecuencias.

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El tráfico de fármacos falsos es una de las crisis más silenciosas de la actualidad. No goza del oropel del cambio climático (aunque su arranque fue también muy, muy discreto, hace unos 20 años), ni de las angustias por la escasez de agua u otras de nuestras agresivas intromisiones en el medio ambiente. Pero puede ser que, a la vuelta de la esquina, nos pase una factura de proporciones inimaginables y casi tan inevitable como con cualquiera de los otros desastres globales más conocidos. Porque, aunque no es el objetivo final (nunca el resultado de una perversión es el objetivo final), el tráfico con fármacos falsificados lleva en su seno una alteración de consecuencias incalculables: la altísima probabilidad de que microbios causantes de plagas infecciosas, como la malaria, la tuberculosis o las afecciones respiratorias, se vuelvan resistentes a los mejores fármacos de que hoy dispone el arsenal médico contra estas enfermedades que matan e incapacitan a millones de personas cada año.

La peor pesadilla de la salud pública es la posibilidad de una epidemia. Ante el brote de un agente patógeno infeccioso, como el de la gripe aviar o el SARS, se ponen en marcha mecanismos de simulación con superordenadores con una enorme potencia de cálculo y medidas de prevención, todo lo cual tiene costes muy altos y, frecuentemente, son de dudosa eficacia. Ahora, los epidemiólogos han encontrado un inesperado aliado que ofrece unas posibilidades todavía inimaginables.

El robo de identidades, de datos personales o de tarjetas de crédito, son los tres pilares más conocidos del creciente mercado negro en Internet, el cual mueve millones de euros y de dólares en una espiral ascendente. Un equipo de investigadores de EEUU propone desarrollar tácticas para combatir a estas mafias de la Red.

Artículo publicado en el Suplemento Dinero del periódico
La Vanguardia y en la sección Turbulencias de su edición online
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La contaminación acústica ya forma parte de las ciudades, como sus calles y sus monumentos. No se tata sólo de que el aumento del tránsito y de otras fuentes de ruido nos molesten e irriten, lo cual se podría solucionar con medidas paliativas. Se trata de que la ciudad se ha convertido en un taller y la producción de servicios a esta escala genera una contaminación sónica de graves repercusiones sobre la salud y la economía del ciudadano y la ciudad.

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La guerra de Irak, de la que algún día sabremos quienes fueron todos sus fogoneros y al servicio de qué maquinistas trabajaban, no sólo ha destrozado al país, y lo sigue haciendo, sino que, en el proceso, ha resquebrajado el tejido científico imprescindible para cualquier reconstrucción. Como estamos viendo en los excelentes documentales que ahora se atreven a hacer los periodistas de EEUU, justo cuando va a acabar la presidencia de Bush, desde la técnica básica de la fontanería, hasta la más compleja de la ingeniería, ya nadie sabe dónde está la gente adecuada, los institutos y centros de investigación se han vaciado y todos sospechan que sus habitantes se han marchado, quizá para siempre.

Artículo publicado en el Suplemento Dinero del periódico
La Vanguardia y en la sección Turbulencias de su edición online
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La economía de la muchedumbre arrasa en Internet. Las grandes corporaciones han decidido unirse a quienes buscan soluciones en el talento distribuido por la red. Del trabajo colectivo para beneficio mutuo, se ha pasado al trabajo colectivo para beneficio de las empresas. Una reingeniería descomunal de la organización repleta de interrogantes